Publicado en Un gabinete para el futuro, 2022, Ed. Urdimbres
A las cinco de la mañana se enciende una lámpara repleta de diodos rojos y azules, cuyo fulgor es la primera bocanada de vida que recibe una familia de plántulas creciendo en un rincón de mi casa. Durante seis horas, todo se entinta de magenta, creando una suerte de fotografía infrarroja, que cautiva como flama de carbón, a la vez que provoca el mismo ademán que voltear a ver el sol.
¿Existirá una estrella cuya irradiación provoque luz magenta? Tan caprichoso es el multiverso que probablemente encontremos un planeta similar a Tatooine, iluminado por dos soles. La mezcla entre una estrella azul joven y una estrella roja moribunda provocarían el mismo baño de luz magenta. Allá, tan lejos del rincón de mi casa, imagino que otras plantas crecen cobijadas por la misma luz que mis compañeras.
Aunque me gusta especular que la luz magenta es el resultado de estrellas recién nacidas y aquellas que pronto morirán, lo cierto es que los diodos rojos y azules de mi lámpara son los más baratos de fabricar. Estos espectros de luz son dos de las longitudes de onda que absorben las plantas en mayor medida. Como si mis compañeras supieran que,en caso de un sol ausente, lo mejor para su porvenires poder crecer con la luz más barata que una fábrica en China produce en masa.
Antes de la lámpara, mis compañeras y yo guardábamos más distancia. Compré la lámpara para intentar sincronizar mis tiempos libres y de trabajo con los tiempos de crecimiento delas plantas. Donde el sol prevalece, donde la lluvia permea, no suelo estar para acompañarlos primeros pulsos de las plantas con las que habito. En el interior es donde podemos encontrarnos a diario. Quizá ni siquiera sea necesario que nos encontremos. En el exterior todo encuentra la manera de seguir aun sin mí.
No sé si es ingenuo querer germinar plantasen un lugar desprovisto de sol o, por el contrario,es una especie de neo-chinampa, un pequeño terreno flotante que recupera el espacio que le hemos arrebatado al suelo, al aire,
al sol. Pero si soy un ingenuo por encender una luz cada día, es porque he aprendido que encenderla en espacios oscuros nos ha servido tanto. Para alejar aquello que nos aterraba de niños y se escondía en la noche; guiar a los que se encuentran a la distancia en un mar ciego; invitar a los que han partido a visitarnos una vez al año, en noviembre. Para contener un deseo que solo se cumple al soplar la luz.